TUVIMOS TRILLIZOS Y AHORA ESTAMOS PENSANDO EN DAR UNO EN ADOPCIÓN

Nadie habla de esta parte.

Te muestran lindos conjuntos y fotos a juego, pero nadie te dice lo que realmente se siente cuando los tres bebés comienzan a gritar a la vez y no has dormido más de 90 minutos en cinco días.

Los amo. Dios, los amo más que a nada.

Pero hay un momento, todas las noches alrededor de las 2:40 am, en el que me siento en el borde de la cama con uno en mis brazos, los otros dos llorando en estéreo, y me pregunto si cometimos un terrible error.

No estábamos preparados para tres. Emocionalmente, financieramente… apenas logramos uno antes de esto.

Y mi marido, que antes era tan paciente, ahora se estremece cuando suena el calentador de biberones.

Ya ni siquiera hablamos mucho. El cansancio es insoportable. Ambos estamos agotados, intentando sobrevivir el día. Hay días en que lo miro y siento que nos hemos distanciado. La conexión que una vez tuvimos está sepultada bajo el ruido constante y el caos de criar a tres bebés.

Nunca imaginamos que esta sería nuestra realidad. Cuando supimos que íbamos a tener trillizos, fue abrumador, en el mejor sentido de la palabra. Estábamos eufóricos, aterrorizados, pero sobre todo, nos sentíamos bendecidos. Pero nadie nos advirtió lo difícil que sería. Las noches sin dormir, las tomas interminables, las exigencias constantes. Creía saber lo que era el agotamiento, pero nada me había preparado para esto.

Mi cuerpo se está desmoronando. Siento que estoy agotada. No recuerdo la última vez que comí sin que el llanto de los bebés estuviera de fondo. Mis amigos, los que no tienen hijos, me dicen que me lo tome con calma, pero ¿cómo? No tengo tiempo para eso. Siempre hay algo que hacer, y yo siempre estoy en el centro de todo.

Mi esposo, Nathan, intenta ayudar. Lo hace. Pero también veo el cansancio en sus ojos. Su paciencia se ha agotado, su sonrisa es menos sincera. Es el mismo hombre con el que me casé, pero también es otra persona ahora: alguien que ha sido llevado al límite. Es difícil admitirlo, pero a veces me pregunto si ambos nos estamos hundiendo y no sé cómo salir de ahí.

Aunque los adoro. A los trillizos. Es solo que… hay momentos en que todo parece demasiado.

Entonces me asalta un pensamiento. Un pensamiento que no puedo evitar: quizá deberíamos dar uno en adopción.

Nunca imaginé que pensaría eso. Nunca imaginé que siquiera lo consideraría. Pero a medida que pasan los días y siento que mi cuerpo me traiciona, no puedo evitar preguntarme si esta decisión será la correcta para todos, especialmente para los bebés.

He buscado agencias de adopción. He hablado con personas que ya han adoptado. He leído historias de familias como la mía que han pasado por las mismas dificultades y, de alguna manera, lo han logrado. Pero siempre tiene un precio, ¿no? La idea de renunciar a uno de mis hijos, de perder la oportunidad de formar parte de su vida, es desgarradora. Pero me asalta la idea de que tal vez, solo tal vez, les daría una vida mejor. Una vida en la que no tuvieran que compartir cada momento con otros dos bebés, en la que no tuvieran que crecer en el caos.

Me duele el corazón cada vez que pienso en ello. Pero el estrés es abrumador. ¿Y lo peor? Nathan está en la misma onda. No hablamos de ello abiertamente, pero puedo sentir su vacilación, su incertidumbre, tanto como la mía. Él también los ama, pero apenas sobrevivimos. No quiero culparlo. Ambos lo intentamos, pero es como si nos estuviéramos ahogando y no supiéramos cómo apoyarnos.

Y entonces, una noche, el pensamiento que me ha estado atormentando toma una nueva forma.

Estoy sentada en la sala, los bebés duermen (por una vez) y Nathan está sentado a mi lado. No decimos nada durante un rato. Simplemente nos sentamos, en silencio, en un raro momento de paz. Y entonces, de repente, se gira hacia mí.

“He estado pensando…” comienza, su voz apenas por encima de un susurro.

Mi corazón se acelera. Sé exactamente a dónde va esto.

“Ya no podemos más”, dice. “Es demasiado. No soporto verte así. Apenas te mantienes en pie. Y ninguno de los dos es feliz. No como antes. Creo que deberíamos considerar la adopción. Por su bien”.

Las palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. El pensamiento que me daba miedo expresar en voz alta surgió de él. No sé si sentir alivio o angustia. No sé si llorar o gritar.

Pero no digo nada. Me quedo ahí sentada, mirándolo, mientras el peso de la decisión me oprime.

—No puedo perderlos —susurro finalmente, con la voz entrecortada—. No quiero renunciar a ninguno. Son mis bebés, Nathan.

“Lo sé”, dice con los ojos llenos de dolor. “Pero no estoy seguro de que seamos los mejores padres para ellos ahora mismo. Quizás… quizás merecen más. Más de lo que podemos darles”.

La habitación está sumida en el silencio. Mi mente da vueltas. Llevamos aquí tanto tiempo, tan cansados, tan abrumados por las exigencias de todo. ¿Pero es la adopción realmente la solución?

Unos días después, ocurre algo inesperado. Recibimos una llamada de mi cuñada, Marie. Lleva años intentando tener un bebé, pero por razones que no pudieron explicar, nunca lo consiguió. ¿Pero la llamada? La llamada lo cambia todo.

Marie y su esposo, Paul, quieren adoptar a uno de nuestros bebés. Llevan meses hablando de ello, de cómo podrían darle a uno de los trillizos la vida que se merece: un hogar estable, un entorno tranquilo, con personas dispuestas y capaces de darle a ese niño todo lo que necesita.

Al principio, me quedé atónita. Nunca pensé que estaría abierta a la idea, pero mientras Marie habla, me doy cuenta de algo: confío en ella. Confío en ella con mis hijos. No es una desconocida. Es de la familia. Es la única persona que sé que amaría a ese niño con todo lo que tiene.

Y por primera vez en semanas, siento paz. Quizás esta sea la respuesta. No rendirme, sino compartir la responsabilidad. No abandonar, sino darle al niño la oportunidad de crecer en un entorno donde realmente pueda prosperar.

Pero entonces llega el giro.

Marie y Paul se reúnen con nosotros unos días después para hablar sobre la adopción. Están muy emocionados, pero hay un problema. Han estado trabajando con un abogado de familia especializado en casos como este y han descubierto algo. Los problemas financieros de nuestra familia, el estrés que hemos estado padeciendo, todo ello… hay una manera de que obtengamos la ayuda que necesitamos.

Resulta que existen programas de apoyo para familias como la nuestra, familias abrumadas por las exigencias de criar a varios hijos, que pueden recibir asistencia. Con esta nueva información, nos damos cuenta de que la adopción no es la única opción. Podemos obtener ayuda. Podemos recibir apoyo, ayuda financiera e incluso servicios de consejería para superar este momento difícil.

La idea de dejar ir a uno de los bebés todavía me conmueve, pero ahora tenemos una nueva perspectiva. No tenemos que hacerlo solos. Hay ayuda disponible. Y con ella, podemos empezar a sanar, juntos.

Decidimos no seguir adelante con la adopción. En cambio, tomamos las medidas necesarias para apoyar a los tres bebés, con la ayuda de nuestra familia. Pedimos ayuda, pedimos orientación y nos comprometemos mutuamente a que esto funcione.

Al final, no se trataba de rendirse. Se trataba de encontrar la fuerza para pedir ayuda cuando más la necesitábamos. A veces, lo más difícil no es asumir la carga solos, sino soltar el orgullo que nos dice que tenemos que hacerlo todo nosotros mismos.

Aprendimos que no hay vergüenza en pedir ayuda y que la verdadera fortaleza surge de la voluntad de aceptar el apoyo de los demás.

Si estás pasando por momentos difíciles, ya sea con la paternidad o cualquier otra cosa, recuerda esto: no tienes que hacerlo solo. Busca ayuda. No hay nada de malo en ello. Eres más fuerte de lo que crees, y a veces, la mejor manera de avanzar es dejar que otros te ayuden a llevar la carga.

Comparte esto con cualquier persona que necesite un recordatorio de que está bien pedir ayuda cuando el peso se vuelve demasiado difícil de soportar.

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