Mi esposo vino a llevarme a casa a mí y a nuestros trillizos recién nacidos. Cuando los vio, me dijo que los dejara en el hospital.

Emily había soñado con este momento durante años. Después de tanta espera, tantas oraciones y un anhelo infinito, su sueño finalmente se hizo realidad: dio a luz a tres hermosas niñas. Sophie, Lily y Grace yacían plácidamente en sus cunas, con sus caritas suaves y serenas. Emily se sentía la mujer más feliz del mundo.

Pero entonces, todo se hizo añicos.

Jack, su esposo, acababa de regresar de hacer unos recados, pero algo en él le resultaba extraño. Estaba de pie cerca de la puerta, pálido y rígido, como si temiera acercarse.

—¿Jack? —dijo Emily suavemente, dándole unas palmaditas a la silla junto a su cama—. Ven a sentarte conmigo. Míralos, por fin están aquí. Lo logramos.

Jack dudó, su mirada se dirigió a las cunas, pero no se detuvo. “Sí… son preciosas”, murmuró, con la voz apagada.

Emily frunció el ceño. “Jack, ¿qué pasa? Me estás asustando”.

Jack respiró hondo, con las manos temblorosas. “Emily… no creo que podamos quedárnoslas”.

Su corazón se paró. “¿Qué? Jack, ¿de qué estás hablando? ¡Son nuestras hijas!”

Hizo una mueca y apartó la mirada. «Mi mamá… fue a ver a una adivina», admitió, con la voz apenas por encima de un susurro.

Emily parpadeó, confundida. “¿Una adivina? ¿Qué tiene eso que ver con nuestras hijas?”

Jack tragó saliva con dificultad. «Dijo que estos bebés… están malditos. Dijo que solo traerán mala suerte. Que arruinarán mi vida… e incluso serán la razón de mi muerte».

Emily jadeó. “¡Jack, qué locura! ¡Solo son bebés!”

—Mi mamá confía ciegamente en esta adivina —dijo Jack, frotándose la frente—. Ha acertado en muchas cosas. Nunca había estado tan segura de algo.

La ira de Emily la hervía por dentro. “¿Así que por una predicción ridícula quieres abandonarlos?”, le temblaba la voz. “¡Jack, escúchate!”

Jack apretó la mandíbula. «Si quieres traerlos a casa… bien. Pero no estaré allí. No puedo. Lo siento, Emily».

Ella lo miró fijamente, incrédula y con dolor. “¿Hablas en serio? ¿Te alejarías de tus propias hijas por una historia que tu madre escuchó?”

Jack no respondió. Simplemente bajó la cabeza avergonzado.

Emily respiró temblorosamente. «Si sales por esa puerta, Jack, no vuelvas. No dejaré que les hagas esto a nuestras chicas».

Dudó un instante, luego se dio la vuelta y se alejó. Sus pasos resonaron por el pasillo, desapareciendo en la nada.

Emily se quedó paralizada, mirando la puerta vacía, temblando. Una enfermera entró, le vio el rostro y le puso una mano reconfortante en el hombro. Emily apenas notó el roce. Su mente daba vueltas.

Miró a sus hijas, parpadeando entre lágrimas. «No se preocupen, niñas», susurró con voz firme a pesar de su dolor. «Estoy aquí. Siempre estaré aquí».

Los días después de la partida de Jack fueron más difíciles de lo que Emily jamás imaginó. Cuidar sola de tres recién nacidos era agotador, abrumador y, a veces, aterrador. Pero cada vez que miraba sus caritas, sabía que tenía que seguir adelante. Tenía que ser fuerte… por ellos.

Una tarde, Beth, la hermana de Jack, vino a ayudar. Era la única familiar de Jack que se había mantenido en contacto, y Emily agradeció el apoyo. Pero ese día, la expresión de Beth era preocupada.

—Emily… no sé si debería contarte esto —dijo Beth, mordiéndose el labio—. Pero no puedo guardármelo para mí.

El corazón de Emily latía con fuerza. “Solo dímelo”.

Beth respiró hondo. «Escuché a mamá hablando con la tía Carol. Admitió que no había ninguna adivina».

Emily sintió que el mundo se tambaleaba. “¿Qué? ¿Qué quieres decir?”

Los ojos de Beth estaban llenos de culpa. «Se lo inventó, Emily. Temía que si tenías trillizos, Jack tendría menos tiempo para ella. Pensó que si lo convencía de que los bebés estaban malditos, él se quedaría cerca de ella».

Las manos de Emily temblaban al bajar a Grace, con la ira apoderándose de ella. «Esa mujer destruyó a mi familia… por sus propios motivos egoístas».

Beth asintió con lágrimas en los ojos. “Lo siento mucho, Emily. Tenía que decirte la verdad”.

Esa noche, Emily no durmió. Una parte de ella quería confrontar a la madre de Jack. Otra parte quería llamar a Jack y contarle todo.

A la mañana siguiente cogió el teléfono y marcó.

—Jack, soy yo —dijo con voz firme—. Tenemos que hablar.

—Emily… no creo que sea buena idea —dijo con un suspiro.

—Escúchame —insistió—. No había ninguna adivina. Tu madre te mintió.

Se hizo el silencio entre ellos. Entonces, Jack rió con amargura. “Eso no es verdad. Mi madre no se inventaría algo así”.

Emily apretó los puños. “Jack, Beth la oyó admitirlo. Lo hizo porque no quería perderte. ¡Te manipuló!”

Jack dejó escapar un suspiro áspero. “No… no puedo hacer esto, Emily. Lo siento.”

La llamada terminó. Jack había tomado su decisión.

En las semanas siguientes, Emily se adaptó a la vida de madre soltera. No fue fácil, pero encontró fuerza en sus hijas. Amigos y vecinos la ayudaron, llevándole comida y ofreciéndole apoyo. Poco a poco, se dio cuenta de que la ausencia de Jack no la había quebrantado. La había fortalecido.

Entonces, una noche, alguien llamó a la puerta.

Emily la abrió y encontró a la madre de Jack parada allí, pálida y arrepentida.

—Emily —empezó con voz temblorosa—. Yo… yo nunca quise que esto pasara.

Emily se cruzó de brazos. «Mentiste. Convenciste a Jack de que sus propias hijas eran una maldición».

A la anciana se le llenaron los ojos de lágrimas. «Tenía miedo, Emily. Pensé que se olvidaría de mí. Nunca pensé que se iría».

Emily la miró fijamente, con la ira aún encendida, pero mezclada con tristeza. «Tu miedo me costó a mi marido. Les costó a mis hijas a su padre».

La madre de Jack se secó los ojos. “Lo sé. Y lo siento muchísimo.”

Emily respiró hondo y pronunció las únicas palabras que pudo: «No tengo nada más que decirte».

Cerró la puerta, dejando que el pasado se quedara donde pertenecía.

Un año después, Jack apareció en su puerta. Parecía un hombre que lo había perdido todo.

Emily… Cometí un error. Quiero volver para ser un padre para ellos. Para ti. Por favor… ¿podemos volver a ser una familia?

Emily lo miró con el corazón en alto. «Jack, ya somos una familia. Pero tú no formas parte de ella».

Su rostro se ensombreció, pero ella no vaciló.

Al cerrar la puerta, sintió un gran alivio en el corazón. Jack había destruido su propia vida. ¿Pero ella? Había construido una hermosa.

Y con sus hijas en brazos, supo que había ganado.

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